Columna de Eduardo Morón en El Comercio
Vengo de una familia de cinco hermanos (cuatro hombres con mucho apetito y una mujer) así que los almuerzos siempre fueron una potencial fuente de conflictos. Cómo usted ya sabe a mi me gusta proponerle ejercicios para su sana diversión. Llame a sus hijos más chicos o a sus sobrinos y a sus amigos y siéntelos a la mesa. Una vez que estén todos sentados y con un plato vacío al frente ponga una pizza humeante en el medio bien cortada en pedazos simétricamente iguales. Haga la prueba de no decir absolutamente nada y probablemente una lluvia de brazos se lanzarán al unísono sobre la pizza, cada uno intentará tomar un pedazo y mientras haya pizza para todos no habrá mayor problema que quien le pone primero orégano a su porción o quien repite primero.
A la semana siguiente haga exactamente el mismo ejercicio pero cambie sólo un pequeño detalle del experimento. Esta vez sirva la pizza sin cortarla previamente. ¿Qué cree que pasará esta vez? Los chicos hambrientos y desesperados por naturaleza tendrán que negociar quien hace uso del único cuchillo disponible capaz de servir para repartir la pizza. Por más que alguien tome la iniciativa y empiece a cortar pedazos tratando de aplicar sus conocimientos de geometría para lograr los pedazos más parecidos posibles, esta persona recibirá una lluvia de críticas porque el resto de comensales dudará de su capacidad de repartir de manera justa la pizza en cuestión. Seguramente no faltará alguno que quiera dar un “golpe de estado” y asumir la labor de cortador oficial de la pizza.
La ausencia de reglas claras con respecto a la división de la pizza lleva a situaciones de potencial conflicto. Inclusive, uno podría imaginar un caso en el cual los comensales no se ponen de acuerdo y mientras uno toma el cuchillo otro se apodera de la pizza para evitar que esta caiga en manos de un injusto repartidor de porciones. Poniéndome pesimista la pizza podría terminar volando por los aires en medio de la voracidad de los comensales y la ausencia de un árbitro que ponga freno al desorden y la ausencia de una regla para compartir los beneficios. Al final lo único que se repartirán serán las quejas por haber arruinado la posibilidad de disfrutar una humeante y sabrosa pizza.
Este tipo de problemas parecen haberse desatado como consecuencia de los abundantes recursos financieros que está generando temporalmente la minería en el Perú. Empiezan a haber algunos que cuestionan el tamaño de los sueldos de algunos gerentes de algunas empresas mineras. A otros les parece poco los impuestos a la renta provenientes de las utilidades de las empresas mineras y encima cuestionan que el Estado no recibe nada pues no hay impuestos a las ganancias de capital. Pero los que se llevan el premio son algunos de los presidentes regionales que en lugar de ponerse a trabajar en la forma más eficiente de utilizar los ingentes recursos que están recibiendo amenazan con tomar las minas. ¿A cuantas personas ha detenido el Ministro Alva Castro por bloquear carreteras?
El gobierno acaba de sacar una parte del aporte voluntario minero para dedicarlo al proyecto Crecer. Una vez más el Perú financia gastos permanentes con recursos temporales. La miopía es increíble. Claro, siempre alguien dirá que es mejor gastarlos que verlos sentados en las cuentas de algún banco. Lo cierto es que la pizza está servida, pero si no hay claridad en la forma en que ésta será repartida en el futuro, puede ser que el encargado del delivery ya no quiera venir más por nuestra casa. La voracidad sin instituciones que garanticen reglas básicas termina produciendo un crecimiento menor del que podría darse.
jueves, 5 de julio de 2007
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