Columna de Eduardo Morón en El Comercio
Cuando manejamos nuestro auto tratamos de enfocar nuestros sentidos para evitar accidentes. Casi sin quererlo observamos una serie de situaciones que pasan a nuestro alrededor casi como llenando las imágenes. Vemos niños mendigando, personas intentando vender el último CD pirata con la música de moda, policías que tragan el humo sin la menor protección, etc. Es difícil ponerse del otro lado de la ventana y pensar en la vida que llevan estas personas. No sabemos si uno de esos niños en efecto es el mejor de su clase en la escuela a pesar que dedica largas horas de la noche a estar en su esquina. O si el señor que nos ofrece el último libro del próximo premio Nóbel ha trabajado antes como profesor de literatura. En fin, siempre es difícil ponerse en los pies del otro.
Empiezo esta columna de esta manera pues tenemos una sensación de historia ya vivida (¿recuerdan la discusión de chorreo?). Los números espectaculares de crecimiento económico siguen llenando titulares, los estimados de utilidades empresariales indican que se incrementarán en más del 30% con respecto a las ya generosas ganancias del 2006. Sin embargo, al costado de dichos titulares empiezan a regresar los de marchas de protesta, las señales de una absoluta incapacidad del gobierno de gastar y mucho menos de hacerlo bien. No es que nos moleste ver vacas circulando en frente a la universidad sino que estos problemas son sólo una continuación de una tendencia que ya vivimos al final del gobierno pasado. Es más, gran parte de la explicación de la votación tan regionalmente distinta estaba atada a la existencia de un boom en la costa mientras que en el resto del país la historia era distinta.
¿Por qué estamos repitiendo este patrón de inversiones privadas sesgado hacia lo urbano y costeño? Sencillamente porque es más rentable y más seguro. Piensen en un inversionista que tiene 10 millones de dólares y tiene que decidir entre un proyecto en Santiago de Chile a 3 horas de vuelo con más de tres frecuencias diarias y otro proyecto mucho más rentable pero que está ubicado en el medio de la sierras de Apurímac a donde cuesta llegar mucho más que el doble de tiempo, y eso cuando el clima lo permite. Mientras para el primer proyecto no hay riesgo alguno de que la población circundante no se sienta a gusto con dicho proyecto, en el otro los riesgos son múltiples. No sólo están limitados a la población sino a la inexistencia de infraestructura básica que haga más barato (y por lo tanto más rentable) el negocio. Si este empresario debe pagar impuestos y además seguridad privada porque la policía allí no llega, o construir caminos porque los que ofrece el Estado no son suficientes entonces lo más probable es que estas zonas seguirán siendo dejadas de lado. El verdadero shock de inversiones hoy es sin duda privado.
¿Puede ese Estado que no tiene capacidad de gestión de sus gastos además promover estas zonas? ¿A través de exoneraciones que queremos por otro lado eliminar? ¿A través de financiamiento que hoy parece sobrar? ¿A través de ¿Debemos seguir confiando en la capacidad redistributiva del Estado y por lo tanto seguir cobrando más impuestos con la esperanza que el gobierno ahora sí quiera mejorar la calidad de su gasto? Frente a estas preguntas a veces nos sentimos del otro lado de la ventana mirando perplejos como la oportunidad de mayor progreso para todos los peruanos se diluye otra vez.
jueves, 19 de abril de 2007
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1 comentario:
Las respuestas son obvias. 4 veces No. Transformaria mas bien la ultima afirmacion, en pregunta: ¿Porque se repite el mismo patron, sabidamente ineficiente?
Para mi, la respuesta va mas por aqui
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